Sonreís
ante la idea de jugar de nuevo y vas a la cocina en busca de las cosas que
sabes que necesitarán. Esquivas la ropa tirada en el suelo y la comida rancia
de toda la semana que acumula moscas y lanza un terrible olor. La cocina es
chiquita, los platos sucios rebalsan en la pileta y las paredes es mejor no
tocarlas.
A vos te gusta vivir de esa manera,
es una especie de convivencia con uno mismo, con lo que hay en tu alma. Con todo.
Con lo bueno y lo malo. Es vivir en el
exterior con lo que llevas por dentro, como si hubiese una especie de orden en
aquel desorden, una ley y unos pasos a seguir que se rompen cuando algo está
demasiado limpio, como si no aceptaras la idea de algo que brille o se destaque
en ti.
Abrís el primer cajón de la
mesada que se encuentra al lado de la puerta. Buscas el cuchillo de
mango marrón y sonreís
al notar que aún tiene la prueba del juego anterior. Tocas con tu dedo índice el cuchillo notando la sangre seca bajo tus dedos.
Aprietas con
más fuerza hasta
hacerte un
pequeño corte y volver a sonreír al verlo manchado
nuevamente.
Volves al comedor y te sentas en el piso sonriendo mientras le mostras
el cuchillo. ¿Quién va primero? Preguntas y tu amigo se
señala a sí mismo, dándote a entender que él quiere empezar. Le
concedes los honores y te sentas en el sillón para poder verlo mejor. Él deja
que el cuchillo corte su piel y en cada lugar que toca, unas gruesas gotas
de sangre caen sobre el sillón.
Ríen juntos, aplaudís al verlo lastimarse, cada vez más ansiosa porque
tu turno llegue. Tranquila, ya te tocará a ti te dice sonriendo de lado
y su sonrisa suele ocasionarte un escalofrío en la espalda que no podes
controlar y no sabes por qué ocurre. Hay cierta sensualidad en todo aquel
juego, lo sientes en el ambiente y, sobre todo, en tu cuerpo. Te mueves
ansiosa, excitada con aquello que está sucediendo, con la intimidad que se
forma entre los dos, las manos te sudan y tu respiración se agita al verlo autoflagelarse
con sus ojos fijos en los tuyos.
Las horas pasan, hablan de cosas triviales mientras comen pizza fría y
beben cerveza caliente como todos los sábados. Tiene que estar por amanecer
pensas angustiada porque él tendrá que irse y vos tendrás que volver a
trabajar. Tu amigo debe notarlo porque te dedica una sonrisa alentadora y
sujeta el cuchillo que ha dejado en el suelo, lo mira con detenimiento como si
dudara entregártelo. Pero al final cede y te lo entrega dándote ánimos para que
lo hagas, porque ya ha llegado tu turno.
Sientes un placer extraño al verla correr. Ver cómo cae la sangre por tu
brazo en cantidades, tan espeso, tan líquido, tan oscuro. Es un placer extraño. Es un juego
suicida en que cada día avanzas un poco
más. Probándote
hasta dónde puedes llegar.
Saboreas el frío que te
produce al resbalar por tu
cuerpo, el gusto a metal que sientes cuando se encuentra en tus labios y lengua. Tu placer culpable.
Te miras al espejo, ahora cubierto de sangre. Miras tu reflejo manchado, lleno de ese líquido mortífero con
el que ahora estás cubierta.
El espejo te
devuelve una imagen retorcida,
demente, enloquecida. Eres tú
en un estado sádico y
oculto. Es cuando tu
lado más primitivo sale a pasear al exterior, donde la noche revela a la bestia
oculta tras el caparazón. Donde se rompen todos los escrúpulos de tu vieja persona. Cuando tu demonio interior rompe, muerde y lastima. Cuando reclama tu persona.
Cuando te
domina.
A
veces tienes miedo. Temes cuando ves las cicatrices al otro día,
cuando tienes que usar ropa con mangas
largas para tapar la prueba del delito. Temes muchas veces al día, algunas veces a la noche pero ese temor desaparece cuando la necesidad te embarga. Es sentirte enferma y liberada a la
vez, es dudar al comienzo y no poder parar al final.
Es tu sangre que no se detiene, son tus piernas
que pierden fuerza, tu
cabeza que empieza a volar. Es tu verdadero ser que no
aguanta más encerrado. Es el placer de no ocultarlo más.
Sonríes
acostada en el piso, intentando con tus últimas fuerzas levantar el brazo y
poder decirle algo pero estás tan débil que te rendís. Él te entenderá, por lo que cierras los ojos dejando que el dolor
de cabeza, la debilidad que sientes y todo lo malo se vaya con el sueño.
Mientras tanto, la habitación queda en silencio, los platos siguen sucios y las
moscas siguen zumbando y tú… estás sola. Como lo has estado toda la noche. Como
has estado toda la vida.