lunes, 20 de octubre de 2014

#3 Juegos

Vamos a jugar un poco te murmura tu amigo sentada en el sillón de tu casa.

Sonreís ante la idea de jugar de nuevo y vas a la cocina en busca de las cosas que sabes que necesitarán. Esquivas la ropa tirada en el suelo y la comida rancia de toda la semana que acumula moscas y lanza un terrible olor. La cocina es chiquita, los platos sucios rebalsan en la pileta y las paredes es mejor no tocarlas.

A vos te gusta vivir de esa manera, es una especie de convivencia con uno mismo, con lo que hay en tu alma. Con todo. Con lo bueno y lo malo. Es vivir en el exterior con lo que llevas por dentro, como si hubiese una especie de orden en aquel desorden, una ley y unos pasos a seguir que se rompen cuando algo está demasiado limpio, como si no aceptaras la idea de algo que brille o se destaque en ti.

Abrís el primer cajón de la mesada que se encuentra al lado de la puerta. Buscas el cuchillo de mango marrón y sonreís al notar que aún tiene la prueba del juego anterior. Tocas con tu dedo índice el cuchillo notando la sangre seca bajo tus dedos. Aprietas con más fuerza hasta hacerte un pequeño corte y volver a sonreír al verlo manchado nuevamente.

Volves al comedor y te sentas en el piso sonriendo mientras le mostras el cuchillo. ¿Quién va primero? Preguntas y tu amigo se señala a sí mismo, dándote a entender que él quiere empezar. Le concedes los honores y te sentas en el sillón para poder verlo mejor. Él deja que el cuchillo corte su piel y en cada lugar que toca, unas gruesas gotas de sangre caen sobre el sillón.

Ríen juntos, aplaudís al verlo lastimarse, cada vez más ansiosa porque tu turno llegue. Tranquila, ya te tocará a ti te dice sonriendo de lado y su sonrisa suele ocasionarte un escalofrío en la espalda que no podes controlar y no sabes por qué ocurre. Hay cierta sensualidad en todo aquel juego, lo sientes en el ambiente y, sobre todo, en tu cuerpo. Te mueves ansiosa, excitada con aquello que está sucediendo, con la intimidad que se forma entre los dos, las manos te sudan y tu respiración se agita al verlo autoflagelarse con sus ojos fijos en los tuyos.

Las horas pasan, hablan de cosas triviales mientras comen pizza fría y beben cerveza caliente como todos los sábados. Tiene que estar por amanecer pensas angustiada porque él tendrá que irse y vos tendrás que volver a trabajar. Tu amigo debe notarlo porque te dedica una sonrisa alentadora y sujeta el cuchillo que ha dejado en el suelo, lo mira con detenimiento como si dudara entregártelo. Pero al final cede y te lo entrega dándote ánimos para que lo hagas, porque ya ha llegado tu turno.

Sientes un placer extraño al verla correr. Ver cómo cae la sangre por tu brazo en cantidades, tan espeso, tan líquido, tan oscuro. Es un placer extraño. Es un juego suicida en que cada día avanzas un poco más. Probándote hasta dónde puedes llegar.

Saboreas el frío que te produce al resbalar por tu cuerpo, el gusto a metal que sientes cuando se encuentra en tus labios y lengua. Tu placer culpable. Te miras al espejo, ahora cubierto de sangre. Miras tu reflejo manchado, lleno de ese líquido mortífero con el que ahora estás cubierta. El espejo te devuelve una imagen retorcida, demente, enloquecida. Eres tú en un estado sádico y oculto. Es cuando tu lado más primitivo sale a pasear al exterior, donde la noche revela a la bestia oculta tras el caparazón. Donde se rompen todos los escrúpulos de tu vieja persona. Cuando tu demonio interior rompe, muerde y lastima. Cuando reclama tu persona. Cuando te domina.

A veces tienes miedo. Temes cuando ves las cicatrices al otro día, cuando tienes que usar ropa con mangas largas para tapar la prueba del delito. Temes muchas veces al día, algunas veces a la noche pero ese temor desaparece cuando la necesidad te embarga. Es sentirte enferma y liberada a la vez, es dudar al comienzo y no poder parar al final.

Es tu sangre que no se detiene, son tus piernas que pierden fuerza, tu cabeza que empieza a volar. Es tu verdadero ser que no aguanta más encerrado. Es el placer de no ocultarlo más.

Sonríes acostada en el piso, intentando con tus últimas fuerzas levantar el brazo y poder decirle algo pero estás tan débil que te rendís. Él te entenderá, por lo que cierras los ojos dejando que el dolor de cabeza, la debilidad que sientes y todo lo malo se vaya con el sueño. Mientras tanto, la habitación queda en silencio, los platos siguen sucios y las moscas siguen zumbando y tú… estás sola. Como lo has estado toda la noche. Como has estado toda la vida.


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